LA IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN

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Cuidar nuestra relación con la Eucaristía y, en particular, algunos de los gestos elementales de devoción a ella, será la ocasión para una cierta reflexión sobre la realidad fundamental de nuestra fe: cómo y en quién creemos.

Ante la Eucaristía, tomamos conciencia de la presencia real del Señor, de su cercanía a nuestra vida, de la luz nueva y de la esperanza con la que nos hace mirar todas las cosas, de la unidad profunda de los hermanos que brota de este sacramento.

Pero la consecuencia más inmediata, en que se expresa con sencillez esta nuestra fe, es la oración a la que nos invita: tratamos con quién sabemos que nos ama, hablamos con un amigo fiel (cf. Sta. Teresa de Jesús).

La celebración de la Eucaristía es sin duda forma principal de la oración cristiana; y lleva inevitablemente a rezar, a hablar con este Dios que reconocemos presente, que viene a nuestro encuentro y que recibimos del modo más íntimo y cordial en la Comunión.

Es necesario aprender a poner la propia existencia, sus necesidades y sus alegrías, en relación con Dios, a pedir su auxilio, a confiar en Él como verdadero Padre, que quiere el bien de sus hijos. De lo contrario, y casi sin querer, educaríamos a los niños y jóvenes a mirar al mundo como horizonte cerrado, a contar solo consigo mismos, en realidad a vivir como si Dios no existiese. Por lo cual, serían luego presa fácil de cualquier forma de espiritualismo o de mesianismo equivocado; o bien, al final, se verían abocados al desconsuelo y la desesperanza ante la falta de sentido.
No podemos ser Iglesia, ni transmitir nuestra fe más personal, si no rezamos juntos, los unos por los otros; si no encomendamos a Dios el bien de nuestra propia vida y las necesidades del mundo.